Hace unos días tomé el bus. Conseguí mi asiento favorito al frente en el primer piso y la vista de la ciudad era hermosa. La mayoría de las veces no escucho música porque elijo conectar con los sonidos del entorno y casi por deformación profesional, quedé absorbida por los diálogos que suceden a mi alrededor. Esta vez, detrás de mí.<\/p>

Un hombre se quejó de su trabajo durante treinta minutos sin parar. Su compañero ensayaba un ‘ya lo vamos a solucionar' y ‘no te preocupes' de vez en cuando, pero él insistía con las muchas razones que refutaban la propuesta que le hacía su paciente interlocutor. No sucedía un diálogo genuino en esa dupla. En algún punto el ‘quejador', hablaba solo. ¿Qué tan catártico nos resulta quejarnos constantemente?<\/p>

Cuando estamos estresados, es normal descargarnos y sacarnos el enojo de encima, pero la neurociencia sugiere que hacerlo a menudo nos genera más problemas que resolverlos y que es una actividad que debe ser reducida al mínimo.<\/p>

La queja expresiva es aquella en la que se espera una respuesta del interlocutor y no es funcional. Debemos evitar practicarla, pero como todo en la vida, los resultados dependerán de la frecuencia con la que lo logremos:<\/p>